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lunes, 18 de mayo de 2009

Extensa y Maravillosa Cronica de un Viaje Largamente Ansiado y Anunciado

El Tuito, municipio de Cabo Corrientes es un pacifico, frío y colorido pueblito que se ubica al sur de Puerto Vallarta y limita con el Municipio de Tomatlán. El nombre deriva de la palabra Teotl que significa dios; por lo tanto, asumen los que saben, que quien se para por aquellos rumbos puede afirmar que se encuentra en un lugar divino.
YO ESTUVE EN EL TUITO:
La niebla es un factor constante en el camino. Como ya comenté, el clima en esta región suele ser bastante frío, mayormente para los que estamos acostumbrados al asfixiante calor de Puerto Vallarta. En Jalisco suelen darse estos contrastes tan extremos, ya que posee una representación de ecosistemas de casi todos los climas del mundo; siendo esto gracias a que nuestro México es un país megadiverso y Jalisco es dueño de una amplia porción de las riquezas naturales que aquí coexisten (me entendieron? porque yo no mucho.).
El paisaje está plagado de pinos (ocopinos), y el olor del ambiente no se compara con el del Pinol (para que rime: goool!). Es tan relajante...

Salimos de Vallarta aproximadamente a las 7:00 a.m. No sé cuanto tiempo hicimos porque no tenía intenciones de mirar el reloj; pero llegamos un poco antes de que abrieran los restaurancitos y las tiendas. El sol salía, pero la gente ya se había anticipado. Se preparaban para realizar las labores cotidianas.

Esta calle en particular me hizo recordar los callejones de Guanajuato, pero los dos lugares, en general, son totalmente opuestos.
El rugir del triperío nos guió hasta este santuario del buen comer. Judi, parecía que quería sumergir la cara en el vaso de leche, al puro estilo de Cleopatra, de quien dicen los historiadores, se bañaba con leche de burra para conservarse bella y suavecita; pero esa es otra historia... Val sonríe picarescamente, tal vez pensando en los chilaquiles con los que se va a deleitar.

Después de desayunar pasamos a visitar la tienda de abarrotes del primo -alias "Elías Ríos Sanchez", já! Es obligada la visita sólo para mirar la extensa lista de deudores que son expuestos en un cartel, y a quien tiene registrados por nombres, apodos y parentescos; año en el que pidieron fiado y se hicieron ojo de hormiga y monto del adeudo en viejos y nuevos pesos!
Soy toro, no puyeque, Chago el arrollero, uno de los Chindenges y el Nalgón son algunos de los que están jubilados por antigüedad, o sea, que el Primo les ha perdonado la deuda; y a esos y otros tantos les anuncia: "Ya pueden volver, no ay fijón. Somos amigos!" Aclaro que el letrero está lleno por los dos lados.
El Primo es también un contrabandista y no tiene empacho en declararlo abiertamente. He aquí la historia: En tiempos antiguos solía poner sus refrigeradores afuera de la tienda, sobre la banqueta, en la pasadera. Según cuenta él, hubo a quien no le pareció y para evitarse pleitos y rencillas pasó a trasladar sus frigoríficos adentro de la tienda, hasta el fondo; de modo que cuando la gente iba a comprar el hielo para las aguas frescas se extrañaba de no encontrarlo en su lugar y tenía que introducirse a las profundidades del local para conseguirlo. Dónde escondiste el hielo!?, me imagino que reclamaban, y el Primo, para evitarse la preguntadera colgó este letrerito que ya jamás volvió a quitar.
Es tan rica la vegetación en el Tuito que no me asombré de ver un árbol de Copas de Oro. Valeria preguntó: que la copa de oro no es una guía? Y ya fijándonos más de cerca nos dimos cuenta que se había fusionado con un guanabano.

La plaza del Tuito, tan bella ella y tan limpia, no necesita que más bellezas la adornen, pero ahí estamos, persistentes.
CAMINO A LA PRESA CAJÓN DE PEÑA.
Más al Sur, ya en el municipio de Tomatlán, hay una presa llamada Cajón de Peña. En las orillas de ésta se establecen sencillos restaurancitos que comercian con el producto que de sus aguas se cosecha: las lobinas.
Hacia allá nos dirigimos después de haber disfrutado de una placentera estancia en el Tuito. El camino fue largo, pero igualmente hermoso. Aquí las parotas eran las que reinaban. Cuando toda la demás vegetación languidecía, las parotas lo vivificaban todo con su verdor y su magnificencia.
Vacas y borregos pastaban a las orillas del camino. Y sobre la carretera, como otro automóvil más, un grupo de vaqueros montados a caballo transitaba con toda calma, como si la ruta se hubiera planeado exclusivamente para ellos. Justo es! No son los caballos también un medio de transporte?

Había que rebasarlos. Larga era la fila de automoviles detrás. A nosotros nos urgía llegar a la presa, y ellos, tan quitados de la pena...


Y se quedaron atrás. Era tan hermoso el espectáculo después de todo...!

Por fin se divisaba a lo lejos-cerca nuestro destino. Era tan bella la vista!
Platica mi papá que bajo las aguas de esta presa está sepultado lo que antes fue el Viejo Santiago, pueblo donde una vez habitó su abuelo. De hecho, sobre la superficie de las aguas asoman las ramas secas de grandes árboles que murieron ahogados cuando la presa inundó el lugar. Se dice también que buceando en el fondo se pueden admirar las ruinas de lo que una vez fue.
Criaderos de lobina en el centro de la presa a los que se accesa en lanchas.
Los peces siempre pican, aunque uno no sea profesional y ellos no estén de orden (pueden distinguir el que ha sacado Jonathan?).
No está bien hacer la maldad con los peces pequeñitos. Hay que quitarles el anzuelo y dejarlos escapar hasta que estén lo bastante creciditos como para poder llenar un estomago exigente.
Dicen que el lodo es excelente para la piel (la pone lisita), pero los que realmente lo necesitamos no quisimos comprobarlo.

La comida tuvo lugar bajo la sombra de unos frondosos guamuchiles y tamarindos. Mientras nos preparaban las "presas" recién extraídas de la "presa", nos dedicamos a degustar algunos de los frutos que los arboles nos ofrecían. El hambre nos hacía brincar.
Una hora duró la preparación del banquete: medallones fritos, pescado al ajillo, camarones a la diabla (no soy yo), frijolitos, ensalada y arroz. Agua de tamarindo y unas pepsis. La persona que nos atendió resulto ser pariente de mi mamá, pero ya habíamos pagado la cuenta cuando lo descubrimos...

Al ataque!

Patos, gallos y gallinas departiendo juntamente con nosotros. Como la creación debiera ser.
Y PARA CERRAR CON BROCHE DE ORO: EL MAPACHE.
El objetivo del viaje era la recolección de ciruelas y Tomatlán es abundante en esta área. Las ciruelas se pueden comprar por botes si así se requiere. Algunos de los propietarios de los árboles las cortan y las tienen listas para cuando el cliente las solicite; otros no se toman la molestia. Es el cliente el que tiene que hacer el trabajo pesado.
Mi tía Chabela, quien habita desde hace muchos años en el Mapache, no comercia con sus ciruelos, así que cuando llegamos a su casita nos anima a que trasquilemos sus arbolitos con toda libertad. Por supuesto que no nos quedamos con la cartera en la bolsa, si no, con qué cara regresamos otra vez.
Tía Chabela.

Unos desde abajo, con ganchos; otros desde arriba, a mano. Había que llenar la hielera.
Verdes cuando están verdes (no parece obvio?), rojas cuando están maduras (aaaaah! ya caigo.).

No sólo me dediqué a tomar las fotos. También me gané el pan con el sudor de mi frente.

Y mi papá se quería subir al cielo y confundirse con él.
Mientras unos trabajabamos, otros se refrescaban en un arroyo que baja de la presa Cajón de Peñas y que gracias a Dios pasa por un ladito de la casa de mi tía Chabela. Es un verdadero oasis y los niños se deleitan en él.
Bueno, también los adultos...
Un renacuajo. Futuro sapo. Esta fue la cara que puso David cuando le dije lo que era. Pensaba que era un pescadito.
Mamá e hijito.
Mejor que estar en la playa. No se quema uno ni queda pegajoso de sal.
Cumplidas las metas, de regreso a casa. Y las parotas nos escoltaban...